Se reproduce artículo de opinión de JORGE BUSTOS @JorgeBustos1, en El Mundo, por su interés. Actualizado Miércoles, 8 septiembre 2021
Madrid es una ciudad segura y tolerante donde un chico gay puede practicar la modalidad sexual que le resulte más excitante, lesiones incluidas, siempre que medie el consentimiento. Estos son los hechos, pero con estos hechos un Gobierno hundido en las encuestas y desbordado por la escalada del precio de la luz no puede hacer nada más que felicitar a Madrid por su acreditada liberalidad.
Y Sánchez no ha llegado hasta aquí reconociendo hechos y felicitando adversarios sino inventando amenazas. Una, en concreto: la del fascismo.
El día que al dragón se le apague el fuego, disipado el humo de la confusión, los votantes de izquierdas quedarán expuestos a la vergonzante desnudez de lo que Sánchez es y de lo que Sánchez hace. A evitar ese escalofriante escenario que precede a la abstención masiva se orienta toda la acción del Gobierno y toda su estrategia comunicativa.
El esquema narrativo de este vodevil, de esta épica calimochera, de este frente de Brunete comprado en los chinos se repite una y otra vez, porque el sanchismo tiene atrapada a la política española en un capítulo de los Power Rangers, con sus monstruos de caucho y sus héroes de látex:
Una alerta antifascista secundada con autobuses de la Junta de Andalucía. Aquel francotirador que tenía a Sánchez en la mira. La foto de Colón que filmó Leni Riefenstahl. La ministra metida a fiscal distinguiendo entre extrema derecha y extrema extrema derecha. El llavero de un tronado convertido en la navaja ensangrentada del Destripador de ministras de progreso. Iglesias enrolándose en Gara para defender la democracia. Y ocho encapuchados marcando a un gay en un portal de Malasaña porque, claro, estas son las cosas que pasan en el Madrid de Ayuso. Lo jura Jorgejá.
Pero cómo íbamos a saber que el chaval mentía, lagrimeará ahora el pelotón de la antorcha prematura, con la pancarta todavía en la mano. No se podía saber, esta vez no. Pero precisamente porque no se saben tantas cosas -móvil, autoría, circunstancias- las autoridades, a diferencia de los tuiteros, tienen el santo deber de mantener la santa boca cerrada y de ser prudentes, en vez de correr como pensionistas en rebajas a arrimar el ascua del crimen a su sardina ideológica.
La homofobia es una pulsión repugnante. Nace del mismo odio al diferente que anima a los cazadores de constitucionalistas en Euskadi, Navarra y Cataluña. Del mismo resentimiento contra una mujer que envilece al machista incapaz de amar y ser amado. Del mismo miedo tribal que vacía el corazón del xenófobo expuesto a la convivencia con otra raza.
A mí me gustaría un Gobierno que no hiciera distingos coquetos entre las variadas manifestaciones del odio al diferente, agigantando hasta el espejismo algunas e ignorando hasta la ceguera otras. Lo que mande el reparto de papeles de la farsa.
Marlaska fue juez y es todavía ministro del Interior, aunque Sánchez no lo purgó por falta de recambio.
Marlaska se arrastra hoy por el Consejo de Ministros supliendo la pérdida de confianza de su jefe con un esfuerzo extra de sectarismo y adhesión a la consigna. Y decreta un rebrote de violencia homofóbica sustentado en una mentira sin detenerse a pedir informes a sus propios policías.
Después de hacer el ridículo más sangrante de la Unión Europea, ayer por la tarde pedía «cautela». Él. Cautela. Pide.
Marlaska no puede dimitir porque para dimitir hay que tener algo de vergüenza. Marlaska es lo que queda de un fusible fundido cuando se funde tres o cuatro veces más, y las que queden. Es como un pararrayos tan chamuscado que los rayos lo evitan para no tiznarse.
Vete a casa, Fernando. Vete ya...
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